Recuerdo
las novelas costumbristas del XIX y el empeño de los narradores por hacer
sentir en los lectores el nacionalismo y ese color local que habían de aceptar
como suyo, como una identidad que empezaba a construirse pocas décadas después
de las guerras de independencia. Recuerdo sobre todo, como imágenes que la
distancia temporal vuelve más vagas, los cuadros de Los bandidos de Río Frío y el festín de las clases acomodadas en Clemencia. Las novelas, antes de la
televisión, servían para propagar idearios en un siglo de guerras prácticamente
civiles que marcaron los primeros trazos en el rostro de la nación.
La misma pintura se ha venido presentando año con
año a lo largo de dos siglos, con las progresivas variaciones tecnológicas que
hoy nos llevan el espectáculo a la sala donde esperamos la ceremonia del grito,
mientras en la mesa se sirven los pozoles, los pambazos, las tostadas…
Sin embargo, esa estampa patriótica se ha vuelto
también un escenario donde los apoderados de la imagen nacional salen a exhibirse
como agentes de la unidad y la legitimidad en un país cada vez más descabezado.
No debe considerarse artificial la imagen si se toman en cuenta los macabros
hallazgos de cada madrugada en los estados del Norte y de los litorales, ya en
hieleras, ya en la calle abierta. Cada vez es más difícil para los creadores de
imagen obtener el encuadre perfecto que refleje la belleza de los colores
patrios en los rostros de la clase dirigente sin que se escuchen las rechiflas
de los inconformes, sin que los lásers de juguete apunten a las caras de
quienes se hacen por la fuerza del espacio público, legitimándose a macanazos y
dejando claro que son más autoritarios que autorizados.
El pequeño mundo de la televisión, esa ventana
única, empieza a verse sustituida por un entramado de nuevas lentes que pueden
operarse desde casa o desde las manos de
un peatón. Este año, como en ningún otro, hemos podido presenciar cuadros
distintos: zócalos con huecos y algunos con gente pagada. Gritos de “fuera el
mal gobierno” que sustituyen los tradicionales “vivas”, pueblos que dan la
espalda al balcón y al autoritarismo, a la simulación. Pareciera que el público
se empieza a volver más exigente y menos maleable. En el punto ciego de las
cámaras, en la vida plena de las calles, otras ceremonias del grito se llevan a
cabo, en rebeldía, signo de un pueblo que no jala parejo y que la sordera
autoritaria ha dividido cada vez con más notoriedad: AMLO celebraba el grito en
un zócalo lleno de gente, mientras Calderón huía a su bastión doloroso en
Guanajuato. Un monumento a la Revolución acogía a los ciudadanos que daban la
espalda al autoritarismo y se congregaban alrededor de los recién desalojados.
Antes de ser arrasados por la policía, los
profesores que acampaban en el zócalo fueron defendidos a voces y rechiflas por
los transeúntes, que empiezan a hartarse del acallamiento. Si los pueblos
tienen una fuerza telúrica, ésta ha comenzado a dar cuenta de su existencia.
Otro video muestra la rechifla que se granjeó la policía al intentar bajar del
metro a un grupo de estudiantes que hablaba a la población sobre la amenaza de
las nuevas reformas, que bajo el viejo discurso del “progreso y la unidad del
México que todos necesitamos”, intentan imponerse sobre un pueblo cada vez
menos crédulo. Todos son cuadros nuevos, imágenes todavía con carácter
clandestino que empezaremos a ver con más frecuencia y tarde o temprano serán
parte de la memoria colectiva.
Un llamado a la unidad congruente sería hacer de
todos las causas de uno, así sea la más mínima y detenerlo todo, fijar un rumbo
a seguir para la gente. Pero apenas se van viendo las raíces y los peligros son
varios. El pueblo de Fuenteovejuna unió su voz en una sola idea colectiva. Es
la unidad necesaria que tal vez sólo existe en los libros, o en esta fotografía
de la gente dando la espalda al balcón presidencial. Si la utopía se convierte
en símbolo, y si se aprende a creer en él no hay poder contra esa fe y esa
unidad. Esas escenas, que algunos vislumbramos a futuro, son cuanto nos orilla
a la esperanza, a la idea de que no todo, mientras nos movamos, puede estar
perdido. Otros gritos se darán entonces, y más vale que el de guerra no sea el
sobresaliente.
Cuadros de costumbres, patria y mal gobierno, molestia y pobreza popular o al por mayor. Un grito que en tu escritura es movimiento o pensamiento,en mí pozo estancado, nada pasa ni pasará; quizá esté ciego o no quiera ver la movilidad de la población, no pueda por x o z trauma; me gusta que tú sí la veas, que atisbes un futuro espero que tú tengas la voz y que la unidad por el bienestar se imponga y me tapes la boca.
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