jueves, 26 de septiembre de 2013

Carrera de sudor y tinta: reversible



Escribir porque hay que respirar, porque hay que comer y dar clases vespertinas, porque hay que correr en las mañanas y ventilar el cuerpo con el aire, con las piernas que huyen de la derrota. Escribir porque esperan los personajes en una postura incómoda mientras terminamos de fabricarles las plantas de los pies, porque espera alguno que otro masoquista para leernos cada semana o los avances de esa novela que empieza a postergarse más de lo que quisiéramos; o como esa otra novela –Proust para ser precisos– con la que llevamos meses ya batallando en la lectura, en su francés de periodos ultrapaginianos, porque perdemos el tiempo y sentimos la zozobra de recuperarlo sólo en el deseo.
     Porque somos humanos y finitos, porque nos cansamos, porque el día sólo dura veinticuatro horas e inevitablemente tenemos que dormir algunas para evitar la atrofia. Porque hay que volver a las aulas y los exámenes, porque también hay que comer y escribir es respirar, pero nadie paga por escribir, pues el respirar no tiene sueldo. Porque sentimos el peso de la vida, escribimos pesadamente; porque sentimos el peso de los años, corremos, como si quisiéramos realizar la paradoja del hermano gemelo con la velocidad, para fortalecer las piernas y podernos sostener en pie más tiempo, mientras respiramos, mientras transpiramos líneas disparadas a un tejido de significantes donde terminan por extraviarse, porque queremos persistir, porque sentimos unas ganas tremendas de persistir, sentirnos vivos o presentes, como si fuéramos dejando un camino sembrado de guijarros, por si debiéramos volver, por si fuera necesario regresar al sitio de donde hemos venido…
     Corremos, queremos dejar la estela, el rastro: corremos para volver, porque respiramos y escribimos y ahí está el pasado que arrastramos y nos atrae de nuevo hacia él como un universo que se expandiera y una vez agotadas sus inercias comienza a contraerse, a devorarse a sí mismo. ¿Entonces cuál es el caso? –preguntarán los observadores, y la respuesta habrá de limitarse a lo instintivo a los impulsos, a un irremediable deber orgánico que nos hace garrapatear una hoja, o repiquetear unas teclas queriendo decir algo, queriendo hacer cada señal distinta sin darnos cuenta de que lleva nuestro olor, la medida exacta de cada paso. Porque –dicen a mi lado– nadie lee, a nadie le importa, como tampoco importan los precios que suben, los policías que golpean, los homenajes ofrecidos a compositores geniales y desconocidos.
     Y dan las once de la noche y hemos trabajado más de catorce horas, porque hay que comer, porque hay que tener fuerzas para correr, para persistir; entonces no importa que dé la media noche, que durmamos cuatro horas porque hay que respirar, porque mañana alguien verá este rastro en un sitio electrónico, o tal vez no, pero no nos hemos tragado la asfixia del silencio, porque si no lo decimos se nos sulfura la lengua y no nos sabe bien el café, los alimentos; se nos robotiza el pensamiento y comenzamos a podrirnos. Nos tiene que dar el aire así como nos dan las siete y nos ajustamos los tenis y salimos disparados por las calles, hasta el parque y sentimos nuestro propio peso sobre las piernas, su justa dimensión y golpeteo; rebatir del corazón al ritmo del sudor que manan nuestras sienes y nos renueva. Transpiración, respiración: es vida, dura y agitada, entrecortada a veces como antes del estornudo o en el tope del orgasmo, vida al fin. Nos ha tocado llevarla, queremos creerlo mientras nos duchamos. Momento único de silencio y absoluto. El aire se refresca en los pulmones como nuestra piel; las yemas se arrugan en los dedos, nos avisan que seguimos envejeciendo; nos urge respirar, salimos; dan las nueve y hay que irse, nos llevamos el inicio de las palabras que hemos de teclear esta noche. Mañana alguien las verá, si no, tal vez luego volveremos a ellas y seremos más jóvenes, o lo seremos una vez más en el recuerdo, el camino que corremos de regreso.

1 comentario:

  1. Yo que ya no puedo perder más, perdí dos kilos leyendo esta entrada; demasiado movimiento, rapidez, yo soy un ser amargo y la amargura se da de a poco, lentamente cae en la garganta, y tú, en ese frenesí escritural, en esa vida a empeñón de palabras y juventudes y recriminaciones que tú que eres poeta y en el aire... y es tan tecnológica tu entrada, y tan de papeles al viento, pero tan carne y muerte y todo camina y está en marcha que mejor me muevo no me vaya a malmorir con los dedos en el teclado escribiendo un comentario tan a la carrera que no sé si se quedará plasmado...

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