sábado, 19 de octubre de 2013

¡Atízale el sueño al puerco!



Los personajes de nuestros sueños escalan con frecuencia desde las profundidades más remotas de la memoria y se asoman con formas, actitudes y gestos totalmente incompatibles con los recuerdos que de ellos guardamos. Él se llamaba Víctor Ramiro y era un amigo de la primaria: bonachón, regordete y curiosamente ágil. Nuestra amistad, por lo demás intermitente y cordial más que cercana, se prolongó hasta la secundaria, cuando por fin me cambiaron a otra escuela.
De él me llevé el amigable recuerdo de su sonrisa y de su humor siempre dispuesto a la carcajada, un chico risueño y seguro de sí mismo como el que en aquellos años me hubiera gustado ser. Quizá ahora me descubra a ratos el niño tímido de los primeros años, asomado en mis momentos serenos o de adaptación a una atmósfera social improvisada, forzosamente pasajera. Es posible que siga envidiando la seguridad de Víctor en lo más profundo de mi inconsciencia.
Apareció ahora en un sueño, aunando a otras presencias que el despertar desdibuja. Casual y oscura velada en una casa de mi cuadra, la cual seguramente él desconoce si aún habita nuestra realidad. Sujetos a la parte trasera de una pick-up (tal vez reencarnación de la acarcachada camioneta de mi padre) charlábamos de cosas que no puedo recordar. El acto que marcó la noche, sin embargo, fue el obsequio que me hizo como símbolo de su visita –ignoro si se refería a la visita onírica o a la que me hacía en la realidad donde el sueño nos había juntado –. Víctor sacó un pequeño estuche de plástico, repleto de yerba apretujada. –Yerba de primera, imposible de olvidar. Droga, marihuana de una calidad que no me atrevía a discutirle. Víctor, ese muchacho cuyo recuerdo era sinónimo de salud mental, me hacía un siniestro y a la vez irrechazable presente.
La ocasión se prestaba para apurarlo en el momento, de modo que nos acercamos al patio frontal de mi casa y nos acuclillamos para quemar… Una patrulla dio la vuelta en mi cuadra y los oficiales se acercaron rápidamente. Arrojamos el estuche. El oficial se dirigió a la puerta, golpeó  violentamente. Mi hermana abrió y el hombre se disponía a entrar. Me interpuse. Decía haber visto una motoneta dentro y eso me inculpaba. Yo no sabía ni de qué ni por qué había de inculparme una motoneta pero así funciona la lógica del sueño (tal vez tenga un hondo complejo de regguetonero perseguido).
Entre el despertar y la angustia, Víctor había desaparecido. Noté, ya en la conciencia, mis deseos de fumar y quizá también de recuperar esos recuerdos entrañables. El día transcurrió casi con normalidad salvo por un suceso: en la apuración con que devoraba una torta en un puesto callejero antes de entrar a mis clases vespertinas, vislumbré a un grupo de policías en el puesto de tacos vecino. Uno de ellos llevaba un libro en la mano, lo hojeaba; otro se acercó e intercambiaron unos comentarios. No alcancé a ver el título, pero la imagen era suficiente. Traté de afirmarme en el sabor grasiento de la milanesa, en el calor de la tarde. La sofocación era real así que no estaba soñando. Los policías también leen, resulta ser, como en los sueños, como en las más desesperadas utopías.
La brutalidad con que el oficial intentaba entrar a mi casa, contrastada con la de estos pacíficos lectores de la realidad me hizo recordar mi sueño. Yo sé que son naderías, pero sin estas notas curiosas no sé qué podría compartir. Es como si los episodios más amenos de nuestra vida tuvieran lugar en la abstracción de los sueños, en la de los estereotipos que la realidad nos obliga a romper imprevisiblemente.

1 comentario:

  1. Mira que son hasta epifánicos, un poli ganó un concurso de cuentos en la universidad de chapingo. Y esas tortas, quizá no sean las que yo tengo presentes del centro, pero me hiciste pensar en una de ésas. Por lo demás mi pati regguetonero, qué decirte, los sueños sueños son, pero la vida es sueño, igual en una de ésas encuentras un piillo bajo la almohada o escribes otra entrada como ésta que nos hace acordarnos de lo amorfo y lógicos que resultan la realidad y los sueños, los dos tan verdaderos, sentidos y absurdos.

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