Antes de que otra cosa
me turbe, antes de salir de la marejada de tus dedos, quiero reiterar, Hiromi
(a ti que no hablas español, ni imaginas que algo que pretende ser un hombre en un
país que alguna vez pretendió ser un país está escuchándote, no con pasión, sino
en un éxtasis que sólo puede equipararse
con lo religioso) que has vuelto a salvar mi día.
Porque
no me importan que digan que se han acabado los temas si cada vez que escucho
de nuevo el mismo tema tuyo, la misma versión, soy capaz de experimentar cosas
distintas, movimientos diversos del espíritu y de la memoria. Escucharte
equivale a la satisfacción de un día duro de trabajo que no siempre es tan
fructífero como quisiéramos, pero estamos ahí porque hay algo, tal vez
ignorado, que nos hace persistir a pesar de la escasez de los frutos. Y con
cada nota, con cada salto del compás y de tus dedos que se destejen sobre el
teclado me siento ligado a la vida, a pesar del cansancio, a pesar de la noche
que después de tanta fatiga sólo sirve para morirse.
Y
luego te pones de pie, sonríes, brincoteas con todo el cuerpo sobre el teclado.
Error, tu brincas por encima de la música, en tus muecas hay una expresión de
niña deslizándose y correteando una rana sobre el arcoíris, una niña saltando
en medio de los charcos y admirando el chapoteo del agua que irriga la tierra,
porque cada golpe de tus dedos sobre una tecla es una niña haciendo volar
en astillas el espejo de los charcos, estallando en astillas como los peces de
Tablada, que hubo de buscar la inspiración en tu tierra, Hiromi, más allá del gran oceano, en los pequeños
haikais que manan de tu piano, de tus brazos de orquídea que interpretan a Bach
y lo hacen sonreír en la tumba.
Es de la
tumba de donde me levanto, donde se yerguen las comisuras de mis labios con la
vibración de cada nota, como si entrara Dançando
no Paraiso, o bajo una lluvia veraniega para darme cuenta de que la gente
me mira en el autobús, con mi traje sastre de profesor pobre y cansado que ha
de llegar a casa a dormir, porque mañana será igual su día y seguirá siéndolo
por tanto tiempo, que si la muerte no viniera a librarnos de todo mal, podría cansarse
el minotauro o dejarse matar por un Teseo engañado y presuntuoso.
No
me importa tampoco la brevedad de la entrada, que tal vez no dé para que la
melodía termine un poco antes de la lectura y no cometan mi contados lectores
la falta de respeto de cerrar la ventana y callarte, como callo ahora para
que sea a ti a quien escuchen, porque al
escribir damos algo de nosotros y tú eres algo que yo me he apropiado y quiero
darle al mundo, sin ningún mérito, sin esperar nada, pero congraciado de pensar
que tal vez los alejes un poco de su penuria y los hagas seguirte como a
una rana alegre en un charco irisado de colores.
Fue una cubetada de agua en un sábado de gloria tu entrada, qué decirte, el juego y la poesía de la mano sobre tus cadáveres cotidianos, me gustó que a pesar de estar molido, la música y la palabra te regresaron con nosotros y nos diste una Hiromi que es sólo tuya y yo la escucho como parte de ti, con los dedos y los brincos que tú nos quisiste describir. Deja a Teseo en paz que ya bastante tiene de que una vacota le haya quitado la fama y usted a las vivas que en este país que no es país se necesitan maestros y escritores, además con esto de las economías eres más que necesario Pati, porque vales un 2x1; como esta entrada que no sólo te ofrece el testimonio de un profesor también el otro, el de su musa. Abrazos.
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