viernes, 9 de marzo de 2012

Cría cuervos, mamá


Como no puedo solucionar mi obsesión con los pesos y las levedades, he buscado darle salida a la frustración y salir volando bajo el plumaje con que salí del huevo. Y no es que piense convertirme en cisne y adornar los estanques de los ricos. Tampoco me interesa romper el cascarón de mi fealdad para terminar por deslumbrar niños y patos con mi verdadera belleza.
Pero mamá sabe lo que soy. Sólo ella, que me llevó en las entrañas, sabe a qué atenerse con su retoño el más bello de todos. Me conocía sin haberme visto, desde el huevo y ya sentía un resquemor en los ojos y un extraño impulso por destruirme. Pero mamá es incapaz: soy lo mejor que le ha dado al mundo, su perita más dulce. Por eso me elevo y atravieso ciudades, surco nubes de smog y me poso sobre los cables de alta tensión, pues me sé indestructible.
Hay un famoso ensayo de López Velarde en el cual se felicita por el hijo que nunca tuvo, su obra maestra -dice. Habría que darle la razón, porque quizá unos años antes, no tantos, Miguel de Unamuno vivió la experiencia más aterradora de su vida cuando vio entrar a Augusto Pérez por la puerta de su despacho y exigirle la muerte. Hay leyendas urbanas sobre el cuerpo de un escritor y unas órbitas oculares vacías. –Todo puede ser –dice Sancho, en un mundo de encantadores que nos hacer parecer las cosas distintas a como son.
Y es muy probable que a mamá le pase un tanto de lo mismo, aunque por el momento sería de muy mal gusto entrar en averiguaciones. Yo mismo me he espantado con las fuerzas que desencadena cada una de mis obras: diálogos de graznidos interminables, agüeros que siempre se interpretan del peor modo, películas de horror legendarias, donde yo y unos colegas invadimos parques y esperamos a la gente para saludarle con la amabilidad de nuestros picos…
Es verdad que los ojos tienen una textura particularmente atractiva, jugosa y delicada. Y he oído de chamanes que aseguran vista aguda y larga a vida a quienes los comen crudos. Mamá fue dura conmigo al escuchar esto último, diciéndome que la sabiduría popular de los humanos es culpable de que nos vean de forma tan terrible y del estigma que cargamos. Fue tan severa que me echó a la calle y ahora busco un nuevo nido donde alojarme.
He tocado varias veces a una puerta, pero no ha habido respuesta. Es seguro que hay alguien porque escucho algunos sollozos mudos y atormentados que gritan: “Leonora, Leonora”. Esto del amor vuelve a los humanos muy extraños, pero le da un brillo especial a sus ojos, un brillo que los vuelve más suculentos, como los de mamá cuando enfurece conmigo, y este recuerdo…
En verdad no quería hacerlo, pero no hubo forma de evitarlo: se volvían cada más luminosos y, conforme aumentaba su furia, un ímpetu incomprensible se apoderaba de mí. Me sentí perdido. Cuando volví en mí, estaba hecho. Sí, yo también me impresioné con el charco de sangre… Lo seguro es que no me volverán a ver como el más bello de los retoños. No, nunca más, nunca más, nunca más.  

1 comentario:

  1. Se me antojaron unos tacos de ojo. Y de varios tipos. Buen texto, espero el siguiente.

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