Siempre
que se pueda quijotizar una vivencia reivindicaremos el valor humano de lo que
hacemos. La inhumanidad es, probablemente, la característica más cotidiana de
nuestra vida. Todo se acelera en busca de la obtención de beneficios. Así, el
que pierde algo querido y corre contra el empuje del tiempo termina por perder
su lugar en el diablo mundo. Irse a la Villa es perder la silla. La literatura suele generar
simpatía con el uso de personajes que han perdido algo.
De este modo tenemos un Aquiles que perdió a Briseida, un Cid que perdió su
patria, y un don Quijote que perdió los estribos. Tanto para el Cid como para
Aquiles, en sus mundos aún humanos, no modernos, la búsqueda o la lucha por lo
perdido es un acierto, algo loable que los vuelve héroes. Pero para don Quijote
esa búsqueda es un error que lo mueve a contrapelo del mundo y lo hace parecer
un “entreverado loco lleno de lúcidos intervalos”.
Pido
una disculpa a los pacientes lectores que ya sienten el peso de estas líneas
casi académicas. La idea es hacer ver cómo la literatura y la vida -al menos esta modernísima vida- pese a complementarse la una a la otra,
son como el agua y aceite. Y lo ponemos en su dimensión con un ejemplo de lo
más cotidiano:
Un
desamado es un apestado. Antes se le amó, pero de pronto deja de valer lo que
valía, ya porque la emoción bajó de tono, ya porque tuvo alguna falla que lo
vuelve ineficiente para la vertiginosa y exigente vida diaria (y más la de
pareja). Dado que ha roto el pacto de los afectos moderados, su desinteresado
amor se vuelve subversivo por inaceptable para los negocios y las grandes
alianzas del placer -pues
si algo caracteriza nuestros tiempos es la búsqueda de placeres efímeros e
inmediatos-. Entonces se le
recorta de las fotografías familiares, se le deja de mencionar y se le olvida:
si para Manrique “cualquiera tiempo pasado fue mejor”, para José José “ya lo
pasado, pasado; no me interesa”. Hay que seguir, todo pasado es incómodo y como
si estuviéramos condenados, volver el rostro atrás nos funde en una estatua de
sal. ¿De qué Sodoma estamos huyendo?
Don
Quijote lucha por desencantar a Dulcinea, que se le ha vuelto una labradora
fea, apestosa, vulgar y apresurada; busca las aventuras y los endriagos;
quiere, ante todo, resucitar la
extinguida andante caballería; volver al pasado. Su galardón serán los
encontronazos con los molinos de viento, con las pedradas, los garrotazos, las
humillaciones y la locura. Por buscarle un bien, sus amigos lo volverán a su
casa, a lo que siempre ha sido: recluir al hidalgo a su apacible vida es matar
a don Quijote, imponer la inhumana cotidianidad, con su peso o levedad
insoportable (¡Cómo soy machacón con esto!) y dejar acorralado a Rocinante.
Lo
mismo pasa con la literatura desinteresada. Entristece saber que aún en el
círculo académico-literario en que me muevo haya gente que no conozca a don
Quijote: una lectura por persona y este mundo sería muy diferente, lo puedo
apostar. Pensar en conjunto la vida de Cervantes y la de don Quijote es un
ejercicio desolador. El desinteresado amor por el oficio es tal que Cervantes
se ríe de su situación, crea al más genial de los personajes y lo lanza a vivir
entre nosotros.
Cervantes
mismo, y tal vez lo dice por boca de don Quijote, cree que la literatura dice
las cosas como deberían ser. A ningún hombre le gusta que le digan lo que debe
ser. El poder, la comodidad y la suficiencia son valores más atractivos. Si los
poetas mienten, si quienes buscan revivir el pasado son locos, el mismo Platón
tendrá que expulsarlos de la República. Y no tengo nada contra él: aun los
filósofos están más apegados a la realidad. Podría ser que hoy me encontrara un
Quijote de repente, pero empiezo a
perder las esperanzas...
Frente
a la riqueza triunfadora de Camacho, don Quijote blande su lanza a favor de la
vitalidad y el impulso de Basilio. Los quijotes pelean por los débiles, por los que se encuentran en la parte baja de la rueda de Fortuna, los
desfavorecidos, porque es necesario que las cosas se muevan para que la vida sea un ir y venir y no una losa. Nada
más absurdo y divertido para la refinada insensibilidad de los duques que un
bufón de éstos, tan novedoso y absurdo en un mundo gobernado por ellos.
De cumpleaños te regalaré tu bacía para que confrontes al mundo patidifuso.
ResponderEliminar