jueves, 23 de agosto de 2012

Carta [abierta] a una señorita en Madrid


En la mitad de una madrugada chilanga, entre el calor y los mosquitos que abrevan el sueño,  los reflectores del pensamiento rehacen el camino a través de un hoyo de gusano para reconectar, Julia, nuestros universos. Tú que tanto me has enseñado de utopías, tú que me has hecho hablar de la Atlántida con la torpeza habitual, y ahora con otra aun peor, agravada por la saudade, abandonas el aire novelesco que te di al compararte con la Maga y te encarnas en la memoria viva de una ciudad pisada en algún pasaje de mi vida, que me resisto a defender como verdadero. Y al tenor de estas dificultades, o de mi propia confusión, te propongo Granada como tierra mítica, tierra de un encuentro a la vez tan abrasador como sangre de toros y toreros andaluces, tan roja como tu vestido o tus labios en esas fotos tuyas, pero a la vez tan frío como Sierra Nevada, como esa mañana que subí a la Alhambra o como la simple y descarnada lejanía.
            El calor de la vida pública también ha convulsionado nuestras vidas a uno y otro lado del Atlántico, imagino tus frágiles hombros entre las marchas y manifestaciones por las calles, tus discursos acalorados en la Residencia de Estudiantes de Madrid, tus ligeras piernas flexionándose para obtener el mejor ángulo entre la lente de tu cámara y los mineros amotinados en tierras leonesas. Tal vez me equivoque, pero la escritura es el mejor pretexto para imaginar; más ahora  que se ha abierto ese puente entre mi insomnio y el tiempo mítico que cruzó nuestras vidas y nuestras voces bajo el pretexto del fracaso, desmentido por el éxito de tu sonrisa.
            Pero nunca llego al punto, Julia: me avergüenza mi silencio de dos meses, y te ofrezco a cambio que me imagines de un modo similar, perdido entre las voces de mi pueblo, mitad atolondrado y olvidadizo, mitad inconforme e incendiario. No conozco Madrid, ni tú México, así que la recreación del espacio nos queda enteramente libre. Gracias este túnel entre nuestros mundos, al poder de la imaginación y la utopía, marchamos juntos sin que la mole líquida del océano se interponga entre la nieve de tus hombros y mis brazos tatemados por el sol del Trópico. Nuestros gritos se levantan en la misma lengua para pedir las mismas cosas bajo el accidente diferenciador de las circunstancias; es el amor, Julia, el amor del hombre y por el hombre, el universal, pero también individualmente amado en cada rostro, aunque sólo se deje aprehender por la imagen en una pantalla. Eso no importa, Julia, no deja de ser luz. A la luz de ese rostro o esa mirada tuya es que me puedo asomar a tu mundo en una madrugada como ésta en que te escribo en México, cuando el sol de Madrid está en su cenit, como tú.
            Si no encontré a la Maga, me atrevo a decir que sí encontré la magia… Temo estarme repitiendo demasiado.  No sé si hayas reemprendido la aventura de buscarla por París en la novela de Cortázar, mas creo adecuado revelarte ya a una Julia que nada tiene que ver contigo, aunque sea igualmente fantástica, como el título de Los recuerdos del porvenir, donde la voz de un pueblo- literalmente- le da a forma a las cosas, a los hechos y a una mujer tan bella como sólo la puede pintar otra mujer, la autora; o como sólo podría imaginarla otra, tan ahíta de encantos, cuando tú te animes a conocerla.

2 comentarios:

  1. Pues primero el halago: No sé si es la mejor de tus patidifusas, pero está en el uno o dos para mí. Me encantó. Viví el texto como si se tratara de algún artículo de Muñoz Molina; así, hiperbólicamente lo disfruté. Eso me hace pensar en lo alatriste que eres, igual hasta andas de copión con el buen Antoñito. Y además, qué poca, deja tú el plagio rastrero a Cortázar, total, él no tiene voz ni voto ya. Pero, a tu amigo, a TU AMIGO. Qué poca madre. Pero bien dicen: entre borrachos te veas.

    Y para que veas cómo puedes quedar si sigues en esos malos pasos te transcribo esto:

    QUÉ ALA MÁS TRISTE

    ¡Ala más triste Alatriste!,
    Qué triste es tener un ala;
    Ay Alá que no le diste
    a Alatriste dos alas;
    o a ésa misma tornársela
    de altura tornasolada.
    Pues hela allí, desplumada,
    desteñida en los tinteros,
    dentritus del alfabeto.
    Pero ha tiempo en Salamanca
    grabada sigue la máxima:
    lo que natura no da
    Salamanca jamás presta.

    Pero Saltiel, yo te entiendo,
    mira que yo he codiciado
    tanto lauro y tantas Lauras
    que sé muy bien lo difícil
    que es no mirar en lo ajeno
    o de otra boca llenar
    el vacío de palabras.

    Aunque de ti me sorprende,
    ya que haciendo de otros libros
    cita elevada al cuadrado,
    que una nota no guardaras
    o en tu memoria no hubiera
    un parrafito apuntado
    que a ti sólo te dijera
    que en la sílaba de Sal
    -germen, fruto de tu nombre-
    una estatua ya te estabas
    lentamente adjudicando.

    R. de Bradomín -digo, por eso de los plagios-.

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar