En
la mitad de una madrugada chilanga, entre el calor y los mosquitos que abrevan
el sueño, los reflectores del
pensamiento rehacen el camino a través de un hoyo de gusano para reconectar, Julia,
nuestros universos. Tú que tanto me has enseñado de utopías, tú que me has
hecho hablar de la Atlántida con la torpeza habitual, y ahora con otra aun
peor, agravada por la saudade,
abandonas el aire novelesco que te di al compararte con la Maga y te encarnas
en la memoria viva de una ciudad pisada en algún pasaje de mi vida, que me resisto
a defender como verdadero. Y al tenor de estas dificultades, o de mi propia
confusión, te propongo Granada como tierra mítica, tierra de un encuentro a la
vez tan abrasador como sangre de toros y toreros andaluces, tan roja como tu
vestido o tus labios en esas fotos tuyas, pero a la vez tan frío como Sierra
Nevada, como esa mañana que subí a la Alhambra o como la simple y descarnada
lejanía.
El calor de la vida pública también
ha convulsionado nuestras vidas a uno y otro lado del Atlántico, imagino tus
frágiles hombros entre las marchas y manifestaciones por las calles, tus
discursos acalorados en la Residencia de Estudiantes de Madrid, tus ligeras
piernas flexionándose para obtener el mejor ángulo entre la lente de tu cámara
y los mineros amotinados en tierras leonesas. Tal vez me equivoque, pero la
escritura es el mejor pretexto para imaginar; más ahora que se ha abierto ese puente entre mi
insomnio y el tiempo mítico que cruzó nuestras vidas y nuestras voces bajo el
pretexto del fracaso, desmentido por el éxito de tu sonrisa.
Pero nunca llego al punto, Julia: me
avergüenza mi silencio de dos meses, y te ofrezco a cambio que me imagines de
un modo similar, perdido entre las voces de mi pueblo, mitad atolondrado y
olvidadizo, mitad inconforme e incendiario. No conozco Madrid, ni tú México,
así que la recreación del espacio nos queda enteramente libre. Gracias este
túnel entre nuestros mundos, al poder de la imaginación y la utopía, marchamos
juntos sin que la mole líquida del océano se interponga entre la nieve de tus
hombros y mis brazos tatemados por el sol del Trópico. Nuestros gritos se
levantan en la misma lengua para pedir las mismas cosas bajo el accidente
diferenciador de las circunstancias; es el amor, Julia, el amor del hombre y
por el hombre, el universal, pero también individualmente amado en cada rostro,
aunque sólo se deje aprehender por la imagen en una pantalla. Eso no importa,
Julia, no deja de ser luz. A la luz de ese rostro o esa mirada tuya es que me
puedo asomar a tu mundo en una madrugada como ésta en que te escribo en México,
cuando el sol de Madrid está en su cenit, como tú.
Si no encontré a la Maga, me atrevo
a decir que sí encontré la magia… Temo estarme repitiendo demasiado. No sé si hayas reemprendido la aventura de
buscarla por París en la novela de Cortázar, mas creo adecuado revelarte ya a
una Julia que nada tiene que ver contigo, aunque sea igualmente fantástica,
como el título de Los recuerdos del
porvenir, donde la voz de un pueblo-
literalmente- le da a forma a
las cosas, a los hechos y a una mujer tan bella como sólo la puede pintar otra
mujer, la autora; o como sólo podría imaginarla otra, tan ahíta de encantos,
cuando tú te animes a conocerla.
Pues primero el halago: No sé si es la mejor de tus patidifusas, pero está en el uno o dos para mí. Me encantó. Viví el texto como si se tratara de algún artículo de Muñoz Molina; así, hiperbólicamente lo disfruté. Eso me hace pensar en lo alatriste que eres, igual hasta andas de copión con el buen Antoñito. Y además, qué poca, deja tú el plagio rastrero a Cortázar, total, él no tiene voz ni voto ya. Pero, a tu amigo, a TU AMIGO. Qué poca madre. Pero bien dicen: entre borrachos te veas.
ResponderEliminarY para que veas cómo puedes quedar si sigues en esos malos pasos te transcribo esto:
QUÉ ALA MÁS TRISTE
¡Ala más triste Alatriste!,
Qué triste es tener un ala;
Ay Alá que no le diste
a Alatriste dos alas;
o a ésa misma tornársela
de altura tornasolada.
Pues hela allí, desplumada,
desteñida en los tinteros,
dentritus del alfabeto.
Pero ha tiempo en Salamanca
grabada sigue la máxima:
lo que natura no da
Salamanca jamás presta.
Pero Saltiel, yo te entiendo,
mira que yo he codiciado
tanto lauro y tantas Lauras
que sé muy bien lo difícil
que es no mirar en lo ajeno
o de otra boca llenar
el vacío de palabras.
Aunque de ti me sorprende,
ya que haciendo de otros libros
cita elevada al cuadrado,
que una nota no guardaras
o en tu memoria no hubiera
un parrafito apuntado
que a ti sólo te dijera
que en la sílaba de Sal
-germen, fruto de tu nombre-
una estatua ya te estabas
lentamente adjudicando.
R. de Bradomín -digo, por eso de los plagios-.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar