Cualquiera
que lea ese título estará en todo su derecho de decir: ¿y éste quién se cree
para hablar de Borges? Les daré toda la razón. Mi autoridad literaria se reduce
a unas cuantas anécdotas, unas lecturas muy pobres y a un decálogo de Augusto
Monterroso sobre lo que puede pasarnos al encontrarnos con Borges. Reconozco mi
pequeñez, ya es cosa del lector decidir si vale la pena leer lo que los
mortales dicen de los inmortales.
No puedo negar que el encuentro fue accidental -eso ya es muy borgiano, por supuesto-, porque buscando a Edvard Munch entre
los mármoles de Bellas Artes di con una exposición de Borges en México,
centrada en imágenes de sus tres visitas a nuestro kafkiano país. Es ya
demasiado contexto; la idea tiene que ver con cruces, destinos y con las cosas
que nos hubiera gustado hacer. Centro mi atención en un dibujo de Borges y Juan
José Arreola viéndose de frente y viajo directamente al cuento de “El
guardagujas”, demasiado borgiano para ser de Arreola, quien además se fue
laureado con el hecho de que Borges reconociera que le hubiera gustado
escribirlo; un honor nada pequeño, pues aun quienes somos fans de Arreola
sabemos que su valor no rebasará las fronteras de nuestro país, o con suerte,
de la literatura hispanoamericana, mientras que para el mundo Borges será
Borges por los siglos de los siglos y amén.
Me gustaría ver en Borges a ese forastero que llegó
sin aliento a una estación desierta, pero sería como decir que México es un
desierto literario, y no puedo negar que prefiero ser optimista en algo que
tarde o temprano me dará de comer (si bien me va). Hay que ser políticamente
correctos; además Borges era ya demasiado personaje en los años que visitó
México, por lo que sería inexacto equipararlo a ese viajero sin rostro que más
bien se parece a cualquiera de nosotros. Pero también me gusta la idea de un
Borges que llega a la estación y se encuentra con un cuento sobre trenes que
nunca se sabe si podrán ser abordados si habrán de llegar a su destino. La
imagen me gusta para metáfora de la ceguera que venía sin anunciarse, o que ya
se había instalado cuando menos en uno de sus ojos.
Borges llegó a la estación “y con la mano en visera
miró los rieles que se perdían en el horizonte”. Aquí es donde el visionario,
aun estando casi ciego, corrige esta línea de Arreola: los rieles no se pierden
en el horizonte, sino que se cruzan. Lentamente, la perspectiva los va
juntando, pero más allá de ese punto que todos divisan, los rieles se cruzan y
forman la X que el viajero asigna a su destino, como una incógnita, pero
también como un lugar de encuentro. El cuento cierra ahí, disolviendo todo en
“un ruidoso advenimiento”.
Esa X del destino incierto la llevamos en la frente,
como un sello. Pregúntenselo a Reyes, que vio en el joven Borges al poeta que
había de ser, como si los rieles de su destino se le hubieran revelado de
pronto; un gigante reconoce a otro de su propia raza y es curioso que el signo
de ese reconocimiento sirva también para encerrar un enigma, una incógnita que presumimos
en la problemática ortografía del nombre de nuestro país.
¿Dónde quedo yo en todo esto? Digamos que un
mexicano cualquiera baja por azar la escalinata de Bellas Artes, se encuentra
con una exposición y decide escribir al respecto. No sabe si los rieles tenían
que cruzarse o perderse en el horizonte. Un viajero sin mapa -pongámoslo así- llega al sitio donde se hacen las
preguntas y una de ellas tiene que ver con su destino, con lo que hubiera
preferido que éste fuera. Le gusta Borges, le gusta el cuento de Arreola y las
atmósferas kafkianas con escalinatas inacabables de mármol y trenes que no
llegan; desinformación, sentirse inteligente -como
quería Monterroso en su famoso decálogo-
al descubrir que le gusta Borges, aun sin saber casi nada de él. Es demasiado.
Por algo dijo Monterroso que dejar de escribir tras el encuentro con Borges era
benéfico. Es tiempo de parar esta locomotora.
Los senderos no me habían dejado escribir aquí, qué decir; además si después de leer a Borges ya no tiene caso la escritura, ¿entonces?
ResponderEliminarMuseos, literatura, Monterroso, Arreola y tú. Como ves, mi comentario sobra, por eso no pienso hoy comentar nada, nada, nada. Qué agregar al laberinto…