jueves, 9 de agosto de 2012

Perverso, Perversión, Perversidad



En realidad sólo se trata de una familia como la que podría vivir en la casa de al lado de cualquiera de ustedes. Un vecino indeseado que escandaliza al barrio con sus poco ortodoxas costumbres, pero no más allá. Cuando conocí a Perverso sentí que le sudaban las manos y que no miraba a los ojos, un leve cosquilleo en la bragueta me hizo sentir incómodo cuando nuestras manos se soltaron. Salivar después, como si en esa mirada la invitación hubiera sido una pequeña prueba de lo que cabía esperar de él. Me inquieta darme cuenta de que pienso estas cosas, porque Perverso se alejó caminando con afectada normalidad, quizá para observar a las muchachas que abrillantaban la pista con sus quiebres de cadera y sonrientes taconazos.
Entre ellas surgió, sin revelarse por completo, el rostro de la hermana menor, Perversión. Definitivamente una chica estupenda, me invitó a seguirla  con una mirada hipnotizante, su baile quizá fuera tanto más desenfrenado que el del resto de las danzantes, pero esa insistencia, esa trepidación arqueada en las caderas que la hacía parecer un tanto fuera de sí no dejaba de turbarme. Y no sé (o quizá me engaño a propósito), pero siento que tras ese aparente abandono de su cuerpo hay una seguridad en lo que busca, en lo que quiere obtener de quienes la seguimos. Allá vamos todos, sonrientes entre las mesas, con la preocupación pesando en los zapatos a cambio del rostro que se cansa de querer fruncirse y sin embargo sonríe, porque vamos hacia la pista tras esa hermana menor que nos seduce y deja entrever los encajes de las bragas, pues es demasiado ceñida la ropa y, bajo el velo, oscurecido por las luces del salón, se entrevé un rostro cargado de complacencias.
Y una vez en la pista, la hermana mayor me corta el paso. Envía a su hermana a sentarse y me ciñe fuertemente por los hombros. Perversión gimotea mientras sale de la pista, pero ella la manda a callar y mantener la compostura. La voz de Perversidad es siempre imperativa y no repara en opiniones ajenas. Su elegante vestido revela un goce en las reglas estrictas de la etiqueta y de la formalidad. Sobrepuesta a la incomodidad del corsé, quisiera que todas lo usaran como ella, porque el sufrimiento da la nota de clase. Más que bailar, me zarandea y revisa de vez en cuando mis gestos como si quisiera constatar mi sufrimiento. Realmente no tiene ganas de bailar conmigo y quizá con nadie, pero se sonríe cuando las obligadas vueltas del vals la hacer converger sus ojos en la silla donde su hermana lloriquea y se aburre. Me ciñe más cuando se sabe vista, y vuelve sonreírse cuando dejo escapar algún gemido o un bufido de cansancio.
Acaba la pieza y huyo rápidamente hacia las mesas. Bebo todo lo que los camareros quieren darme, miro a las chicas con una timidez que el alcohol aumenta. Pero ya no miro la gracia de sus movimientos ni busco rostros conocidos. Mis miradas se pierden en las curvas de los pechos y en la solidez de los muslos; intuyo olores que se confunden con los perfumes, húmedos olores que recuerdo bien y que terminan por arrastrarme hacia ellos… Algunas gritan, otras huyen, otras amenazan con llamar a los camareros o a sus novios, sus hermanos. Un grupo de camareros viene hacia mí y me piden que me retire. Estoy por hacerlo cuando entra vi entrar a esa chica del vestido demasiado corto que ya había llamado mi atención un poco antes...
Cuando los camareros lograron arrebatarme de sus piernas, la chica salió corriendo, llorosa, aterrorizada.  -¡Asqueroso! ¡Borracho!... ¡Pervertido! -gritó, mientras sus amigas la ayudaban a sentarse. Y aunque los camareros me expulsaban a empujones del salón, experimenté una sensación de pertenencia, como la del huérfano que encuentra a su nueva familia. 

1 comentario:

  1. Pobres muchachitas, pobres, pobres con sus falditas, pobres con sus caritas y sus lagrimitas, pobres, pobres muchachitas. Usted es un desalmado, asqueroso, borracho y pervertido, le daría la bienvenida a la familia, pero no nos saludamos de mano, es algo muy desagradable.

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