Quedamos
en que me reía de la idea de un Satanás dictando canciones a músicos greñudos y
tatuados, pero me guardé decir que empezaba a sospechar de las muchas
limosinas, alfombras rojas y mansiones de los “músicos” más convencionales.
Cuando la curiosidad me llevó a buscar música más brutal, por ver si encontraba
al diablo en ella, la falta de resultados me hizo dudar de si mi búsqueda
llevaba el camino adecuado. Era todavía el tiempo preparatoriano en el que mi
fe buscaba sustento y me parecía más lógico y menos ñoño recorrer el camino
inverso: “si Satanás existe, forzosamente tendrá que haber un Dios que lo haya expulsado
de su reino”. Por eso no me atemorizaba ante los pentagramas en las portadas de
Dimmu Borgir, los berridos de Immortal (que siendo dos se oían como cuatro), la
brutalidad de las percusiones de Cannibal Corpse, que sonaban como carne en
pleno destazamiento y cuyo resultado era fácil de encontrar en las portadas de
Impaled, cuyas fotografías de cadáveres destripados más daban asco que miedo.
Tengo que reconocer que un par de
veces sentí la presencia de algo oscuro y poderoso detrás de esos músicos, pero
en vez de creer que me encontraba a Dios por haber dado con su antípoda, sentía
que me dejaba de su mano, porque la voz incansable y la atmósfera densa y
oscura, de auténtico ritual satánico que recreaba Gorgoroth en su Incipit Satan o los angustiantes
chillidos de Silenter en Sterile nails
and thunderbowels pusieron un serio cuestionamiento a mi método para
encontrar a Dios, al que después de tan fatigante búsqueda preferí dejar para
mejor ocasión, que hasta el momento no se ha presentado. A pesar de todo, no
estuve satisfecho y concluí que definitivamente no estaba Satanás detrás de
estos excéntricos músicos, los cuales con el tiempo me dieron la misma
impresión que me dan quienes los escuchan: que en realidad son niños buenos que
disfrazan sus inseguridades de una subversión a los valores más convencionales
y utilizan esa fachada para ocultar su sensibilidad y susceptibilidades. Decidí
entonces que algo tan malo como el diablo no podía manifestarse con tanta
obviedad en el mundo, y que si había hecho tantas presas entre los hombres,
seguramente se debía a que su disfraz era mucho más elaborado y eficiente.
La cuestión parecía zanjada, hasta
que en la más cotidiana de las escenas, domingo familiar frente a la
televisión, lo vi en todo su descaro: Lorena Herrera y Raúl Velasco,
elegantísimos, daban el espaldarazo a los “artistas nuevos”. Descubrí en el
asqueroso viejo la mirada de sátiro que perseguía las jóvenes cantantes –no
vale la pena recordar cuáles– y descubrí también, en el adefesio asexuado de
carne y silicones que es Lorena Herrera, la complicidad con que saboreaban la
carne nueva para el aquelarre, con el cual las incipientes poperas concluirían
ese mismo día (domingo del Señor) su proceso de iniciación en los misterios.
Era cosa hecha que cayeran el resto
de los disfraces: las mil caras de Michael Jackson con su debilidad por niños y
monos, la eterna juventud de Madonna, las brujerías de Elba Esther Gordillo, el
descaro para jurar sobre la Biblia de George Bush, y ya después, el regreso de
Gloria Trevi a los escenarios, el caso del padre Maciel y la llegada de
Ratzinger al papado me hicieron caer en la cuenta de que el diablo es más bien
popular y poderoso. Había dejado de buscar a Dios y el hallazgo del diablo me
dejó sin fuerzas para reemprender la búsqueda. Me sentía indefenso, abandonado
ante el poder y la popularidad que el diablo tenía en nuestro mundo.
Fue entonces que comprendí a los
músicos tatuados que así trataban da ahuyentar esa presencia, y en ese
entendimiento me di cuenta de una cosa: si cabía la posibilidad de que Dios
hubiera huido ante el inmenso poder del diablo sobre la Tierra y nos hubiera
abandonado, había un resquicio por donde se podía escapar de él; tal vez Dios
no estuviera ahí, y quizá lo habían matado (como hicieron Ritcher y Nietzsche
mucho tiempo antes de que yo naciera), pero al menos el diablo tampoco llegaba
a esa jurisdicción: era evidente que el poder de Satanás se empeñara en ser
mostrado, su demasiada soberbia era amiga de los lujos, la grandilocuencia y el
brillo del becerro de oro. No se duda que sea amo y señor del mundo, pero se
reconoce que entre las sombras, en la sencillez sin pretensiones de una vida
modesta podemos pasar desapercibidos, ahí no nos alcanza. Nunca serán tan
famosos los Dimmu Borgir o los Dark Tranquility como Madonna o la licántropa
Shakira, pero en su oscuridad y en su búsqueda declaran la no adhesión al pacto
maldito del brillo.
El nombre de Dark Tranquility me resulta
revelador ahora: la tranquilidad está en las sombras, donde su ojo de Sauron no
alcanza nuestra pacífica vida de hobbits, amantes de pequeños placeres en la
oscuridad de los hoyos de jazz o de los bares de rock donde suele haber amigos
y la dulzura de la cerveza se derrama por nuestras sonrisas.
Ahora resulta que eres angelical. Creo que no conozco a uno sólo de los grupos que citas, jajajaja. Pero sí a la mayoría de poperos; demonios, el diablo anda cerca. Tendré que empaparme de esa música de cabelleras alborotadas al más puro estilo l´oreal. Buena entrada Pati
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