¿Lo
ves, Melany? Te dije que nuestro caso no era para andarlo publicando entre los
mundanos. Aunque en realidad no sé si se publicó, porque ni siquiera llegaron a
la cita y hasta ahora empiezo a comprender que fue lo mejor, porque no es bien
echar las margaritas a los puercos. Bien se veía lo poco que podían ofrecernos
esos ferrocarrileros con sus notas al pie hechas en China, sus zombies
oficinistas, sus sierpes, sus payasos infanticidas. Más perspicaz en asuntos de
poesía, el vago Berganza escapó a tiempo, pretextando su necesidad de entrar a
servir al hospital y ahora es favorecido por un amo más placentero.
Tengo para mí que tu solo resplandor ha bastado para
acobardarlos, porque habituados al vulgar brillo del oro, un fulgor más puro,
más preclaro, los habría cegado, temerosos de creer en algo que no pueden tocar
sus rudos dedos, habituados al carbón de las calderas, al hollín de las
chimeneas y la grasa de las ruedas. Pero hay que agradecerles, Melany, pues son
necesarios para que el mundo se deslice sobre sus ruedas, a todo vapor. Y tú,
que eres un espejismo de lo inalcanzable, del bello fin al que el virtuoso
aspira, no podías entrar de golpe en esos ojos miopes e insensibles, incapaces
de fe a fuerza de haber sido engañados por los hombres y las bestias.
Conocen su oficio, hay que decirlo, pero son
naturalmente desconfiados y morosos ante aquello que no les brinda un beneficio
inmediato; impacientes, quieren saberlo todo de golpe y del mismo modo entregan
lo que tienen que dar y no está mal, Melany, pero ajenos al arte de la
revelación progresiva, se pierden los encantos del velo y lo rasgan de
inmediato, quitándole el misterio como un adolescente ante el primer cuerpo
desnudo de una joven, como un eyaculador precoz de la palabra que perdiera el
tesoro seminal de la poesía por la ansiedad de una verborrea en torrente.
Y es ese impulso, Melany, ese roznar las flores lo
que los aparta de ti sin más remedio porque ¿cómo van a entender que la belleza
no se busca sino que se despoja sola y lentamente de sus velos, acostumbrados a
encender calderas a fuerza de paladas de carbón? Embobados ante la velocidad de
la locomotora, boquiabiertos frente a la pantalla que se goza en su explosión
de imágenes en HD no pueden ver la luz inmóvil detrás, la luz absoluta de la
belleza que ha estado siempre ahí sintetizando la virtud y el goce en un rostro
que es suyo y es también el tuyo, Melany, mas no lo ven.
Porque hasta en la ráfaga inalámbrica de datos que
se transmiten a cientos de megabytes por segundo, en esa traducción
imperceptiblemente rápida de códigos binarios a visuales y verbales de signos
infinitos, hasta en la leve edad del net que no entendemos pero usamos con la
mayor familiaridad, en todo eso, Melany, sigue vivo el valor absoluto del bien
común que tu existencia representa y bastan la fe o la paciencia o ambas para
correr el velo y verse agraciado, porque no hay biennacidos para oficiar tus
ritos ni para seguir tu credo, Melany, que es tan democrático como el cristianismo
primitivo y tan poéticamente revolucionario como los Beatles, Baudelaire o la
poesía de César Vallejo, porque lo mejor y lo más complejo de tu milagro,
Melany, es que eres un acto poético absoluto, pues cada quien te nombra como
quiere y te imagina en la medida y según las fuerzas y virtudes de su deseo.
Se les debe perdonar,
Melany, porque conoces su naturaleza débil y asustadiza. Recuerda que Saulo cayó del caballo, camino de Damasco, bajo el resplandor del cielo, y luego se convirtió, reafirmado milagrosamente por la revelación. Pocos son, Melany, muy pocos y escogidos, los que como Moisés pueden mirar la zarza ardiendo y ver que no se quema.
Desde ahora serás el Patiprofeta de la belleza intangible. Esa Melany cada vez se me hace más familiar y más -perdone usted la bajeza- mía. La imaginación da vueltas en mi cabeza y entre mis Isabel Frayre o Ana Ozores o Dulcinea o Mariana, etc. Hay ahora una Melanie que va ganando terreno en mis ficciones.
ResponderEliminarGracias por hacerla posible y dárnosla así, tan inaccesible a nuestra porquez condición, quizá por ello la necesidad de pensar en ella.