sábado, 2 de marzo de 2013

Música del diablo


–Puro Satanás –decía mi tía cuando las bocinas empezaban a retumbar en el cuarto de mis primos, mamá también sacudía la cabeza, desaprobando.  Era la etapa en la que siempre quise ser un niño bueno así que no entraba al cuarto hasta que la música cesara y llegara el menor de los tres primos para chutar la pelota hasta el anochecer. Era también el tiempo en que me creía todo lo que decían los adultos a los que suponía sabios y experimentados, conocedores de las cosas buenas del mundo.
Pero también mis primos eran muy buenos y se reían cuando les preguntaba por su música de Satanás, así que empecé a perderle el miedo a los rayos, a las calaveras, a las letras puntiagudas e incluso a los guitarrazos que chirriaban a varios decibeles dentro de mi cabeza y en la habitación. Después supe que mi tía escondía o tiraba los casetes (los CD apenas empezaban a usarse) y eso me hizo pensar que algo muy malo debía haber en ellos para poner en funcionamiento una inquisición de esas magnitudes.
Los mitos no se hacían esperar: supe de un casete de Gloria Trevi con la cinta al revés, en la que se escuchaban las palabras “Alaba a Satanás” repetidas hasta el cansancio; el casete de Sueños líquidos de Maná (acepto, con vergüenza, la “música” que me dejaban escuchar por ese entonces) tenía mensajes subliminales después de última pieza. Sin duda el diablo estaba metido en todo eso, y la lógica me llevó a pensar que si en la música tan inocente como la de la Trevi o la de Maná Satán tenía las manos metidas ¿qué no pasaría con Sepultura o Metallica o Nirvana, que escuchaba mi primo?
Un día escarbamos mi hermana y yo entre los acetatos de papá. Las portadas de Jethro Tull eran intrigantes y nos daban qué sospechar, pero las de Kansas y algunas de Alice Cooper nos provocaban pesadillas de la peor especie. Para entonces yo había descubierto las cajas llenas de Playboy en un desván, de modo que empezaba a pensar que los grandes no eran tan buenos como decían. Hoy reconozco que, gracias a Cooper, Marilyn Manson no fue ninguna novedad para mí. Pero mi mente seguía siendo muy impresionable y había una banda con la que definitivamente no podía lidiar del miedo que me daban sus portadas y playeras: Ironmaiden. En los tiempos de mi catequesis y mi afirmación en los valores del catolicismo, la portada de The number of the beast era algo aterrador. Pero junto con estas cosas llegaba a mí la lectura de Hermann Hesse y su Demian, que por supuesto yo asociaba con el Anticristo de las películas de la Profecía que transmitían en canal cinco por lo menos una vez al mes.
Fue un periodo de grandes contradicciones en el que mi neurosis, que ya comenzaba a despuntar y me hacía cambiar de bando según mi estado de ánimo. Mamá fue mandada a llamar de la escuela porque en una de las clases la maestra descubrió a su retoño un dibujo lleno de tumbas y calaveras con leyendas de muerte a la humanidad, sangre y odio.  Fue una de las pocas veces en que no me regañaron, pero vi llorar a mamá y supe que algo no estaba bien. Estaba en quinto de primaria, el año en que golpeé a José Ramón, uno de mis mejores amigos, gordito pacífico.
En la secundaria hubiera sido ridículo seguir con esos miedos: Marilyn Manson era la efigie de los malos, pero también Korn, Rob Zombie y Pantera eran la música de los chicos peligrosos que no distinguían el hardcore del metal o del dark pero ya hablaban de tatuajes, perforaciones y proyectos de pintar la recámara de negro. Las cosas iban tomando rumbo, hasta que en la preparatoria cayeron todos los mitos y entendí que las razones de los adultos respondían a su miedo a lo desconocido, a esa estúpida tendencia a juzgar con recelo todo lo que les parece extraño y rompe la monótona tranquilidad de su vida. Fue el tiempo en que papá y yo escuchábamos música juntos y hablábamos de rock, aunque yo no saliera de mi adoración a Metallica, pero aprendí bastante. Desde entonces sólo puedo reír de la vieja idea de Satanás y sus secuaces dictando canciones a músicos tatuados y greñudos, y pensar que los adultos pueden llegar a ser infantilmente bobos en sus modos de explicar el mundo, no sólo a los niños sino a sí mismos.

2 comentarios:

  1. Lo que no sabes es qu een realidad Satán no está en el rock, sino en el pop. Digo Justin Beber, debe ser uno de esos demonios que se complacen en taladrarnos los oídos con esa aguda vocesilla.

    Y bueno qué decir de la ignorancia y lo desconocido que no esté ya en tu entrada. ¿Maná? Bueno, ellos sí son satánicos. Buena entrada, hiciste que recordara partes de la mía. n_n

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  2. A esa tierna edad cuando oía hablar de "la música del diablo" imaginaba que debía sonar terrible e impactante algo como música de cámara maligna que te hacía sangrar los oídos. Recuerdo que leí un panfletillo de la iglesia que denunciaba como esos agentes de Satanás buscaban corromper nuestras jóvenes e impresionables mentes con sus sonidos del mal. A la fecha todavía me da mucha risa pensar como KISS (Kings In Satan Service según el panfleto mencionado) canta ñoñamente como quiere rocanrolear toda la noche e irse de fiesta todos los días,o Alice Cooper que ya se acabo la escuela para siempre.
    Saludos

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